La palabra de hoy 8 de abril de 2010


»He guardado silencio; no he abierto la boca,
pues tú eres quien actúa.
Ya no me castigues,
que los golpes de tu mano me aniquilan.
Tú reprendes a los mortales,
los castigas por su iniquidad;
como polilla, acabas con sus placeres.
¡Un soplo nada más es el mortal!
Selah
Salmos 39:9-11

Una de las cosas más difíciles para el hijo de Dios —de hecho, para todo el mundo—es saber cuando se debe callar. Muchas situaciones que se nos presentan sólo pueden ser enfrentadas bajo el más absoluto silencio. Es en estas situaciones especiales donde nuestra naturaleza carnal y rebelde se manifiesta para querer emitir opiniones, quejas, reclamos y posiciones que para nada contribuyen a resolver el problema, cuando lo más conveniente es cerrar la boca y dejar que Dios actúe. El silencio nos ayuda a concentrarnos y a no desperdiciar nuestras energías en acciones que de nada sirven. Debemos recordar que nosotros formamos parte de un plan maravilloso en el cual somos una muy pequeña pero importante pieza.

Si queremos ver a la justicia de Dios en acción debemos mordernos la lengua y callar. Esto no significa que nos vamos a convertir en seres mudos y taciturnos. Habrá momentos y muchos en los cuales debemos hablar con todas nuestras fuerzas. Pero en los momentos en los que Dios espera de nosotros que callemos debemos obedecer y mantenernos en un silencio sepulcral para dar paso libre a la gloriosa y perfecta justicia de Dios.

 

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