El que odia se esconde tras sus palabras,
pero en lo íntimo alberga perfidia.
No le creas, aunque te hable con dulzura,
porque su corazón rebosa de abominaciones.
Proverbios 26:24-25
La sabiduría popular nos dice «Caras vemos, corazones no sabemos.» No hay nada más difícil que llegar a conocer que hay en la más profundo del corazón del hombre pues éste ha aprendido a ocultar sus sentimientos y opiniones detrás de una fachada de hipocresía y falsedad. Ésto no sería un problema si lo que hubiese detrás de la fachada fueran sólo buenos sentimientos y deseos pero, en realidad, el corazón del hombre está lleno de maldad y egoísmo, lo cual crea una desconexión entre lo que verdaderamente somos y la manera como actuamos. A menos que contemos con el don del discernimiento espiritual, será imposible llegar a conocer con certeza lo que otros piensan de nosotros. Ahora bien, ésto no debe convertirse en un obstáculo para nosotros pues nuestra misión está claramente definida y establecida. Nosotros debemos amar a todos, aún si están en contra nuestra, ya sea de manera visible o solapadamente. El amor todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera, todo lo soporta.
Actuemos pues en consecuencia y miremos a nuestro prójimo con el amor que el Espíritu Santo de Dios ha derramado en nuestros corazones. Si llegamos a enterarnos de que estamos siendo objeto de odio y desprecio, enviemos bendiciones y así estaremos cumpliendo con nuestro deber delante del Padre celestial. El Señor Jesús fue muy claro cuando dijo: «Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto.» [1] ¡Sólo a Dios sea la gloria!
[1] Mateo 5:44-48